Monday, October 15, 2007

SILVIA MOTTES

















Silvia Mottes nace en Mendoza, un 31 de mayo, cuando nevaba. Sus padres se trasladan a Buenos Aires antes que cumpla un año y alternan vivir entre el sur y la Capital Federal. Es profesional de Ciencias Económicas. Escribe desde la adolescencia y al final de la secundaria (16 años) escribe una obra de teatro que representa con sus compañeros en un festival del colegio.
Participa en talleres literarios con la poeta Argentina Britos y el escritor Dalmiro Sáenz. En esa época obtiene una mención en un concurso de cuentos.
Estuvo cerca de quince años sin escribir y a principios del 2006 comienza nuevamente. A partir de entonces, es seleccionada para la antología “El libro y su autor” con el poema “Desde hoy”. Queda finalista en el Concurso Hispanoamericano de Poesía y Cuento Corto “GUSTAVE FLAUBERT con el poema “La noria”. También está seleccionada para participar en una antología de la editorial El Búho Rojo con el poema “Amor de igual genero”.
Ha sido publicado en La RevistaDigitalmiNatura79 su cuento “MUNDO SUBTERRANEO”, que también fue publicado en Axxon Nº 168.
En Almiar- Margen Cero publican su cuento “Un pino para su jardín”.
Participa en dos paginas digitales “La Casa de Asterión” y Café para dos”
Dos páginas literarias de auto- publicación.



EL ÚLTIMO INVIERNO


Se arrebujo en su saco levantándose el cuello al sentir que el frío le mordía la cara. Era conciente que la estética no era la más adecuada, pero el lugar al que iba tampoco era el apropiado.
Trató de mirar el suelo pero no llegó a verlo. Los focos estaban distanciados y tenían pocos watts de las lamparitas. Pensó en sus zapatos inmaculados que no quería ensuciar. Había sido mala idea presentarse con la ropa de trabajo. Pero estaba saliendo del club cuando en el celular recibí el mensaje, me urgía a ir a ese lugar.
Mal presagio. Pero era inevitable su concurrencia. Decidió no pensar más en ello. Tenía que concentrarse en no pisar el barro y la inmundicia que afloraba en la calle y sus veredas. Lástima no poder llegar con el auto. Conocía de memoria el barrio. Traerlo sería tentar demasiado a la suerte. Estaba mas seguro a pie con la cuarenta y cinco en la sobaquera. Nadie lo iba a sorprender.
A lo lejos vio la chapa que hacia las veces de puerta. Tuvo un mal recuerdo. Sintió una puntada en el estómago. Una brisa helada le recorrió el cuerpo.
Julio se presentaba mas frió que en otros años.
Miró la cadena que colgaba del palo. Por las noches pretendía asegurar la puerta con un candado. Se sonrió por lo bajo, levantando la ceja y mordiéndose el labio. Pensó con tristeza: “que puede cuidar esta cadena, si sólo hay trastos desechos ahí adentro”.
Corrió la chapa para entrar. Vio levantarse la cortina de la puerta. Apareció una sombra en la que reconoció a su hermana.
-¡Al fin, Pedro! Pide por vos…- dijo acercándose para darle un beso en la mejilla. El puso su cara por obligación, pero trato de no sentir su cercanía para no recordar el amor que sentía por ella.
- ¿Que le pasa ahora?- preguntó con desgano mientras entraba a la casucha.
- Esta muy mal, le dan algunos días de vida. Ya sabes, tiene el hígado desecho- le explico en tono bajo para que no se escuche desde la pieza.
- Si hubiera tomado menos no estaría en esa condición- dijo con desprecio Pedro.
-Ya lo se, pero ni se da cuenta de eso. Ya esta, ya lo hizo- le dijo la mujer condescendiente con su madre.
Ahora no le importaba. Los días de angustia, abandono, hambre y frío habían quedado atrás. Estaba tranquilo. Con un buen pasar. No quería recordar su infancia. Sólo se había llegado hasta allí por su hermana, que le había mandado aquel mensaje.
Al trasponer la puerta del cuarto, que hacía las veces de dormitorio, el olor a orines y moho le hizo cerrar los ojos y fruncir la nariz. Trato de sobreponerse. Se sentó en la desvencijada silla que estaba al costado de la cama. Su madre, cubierta por la frazada rotosa que alguna vez también lo había protegido en inviernos pasados, parecía más pequeña aún que lo que recordaba. Sus manos rugosas y ajadas por crudos fríos de agua helada, descansaban a los lados de su cuerpo. El crujido de la silla al recibir el peso de Pedro la despertó sobresaltada. En su cara cenicienta sus pequeños ojos oscuros comenzaron a abrirse. Al verlo una mueca que quiso ser una sonrisa se dibujo en su boca.
- Sabía que vendrías, no me podías fallar- musito en un tono apenas audible. Pedro la miro con una mezcla de rabia y conmiseración. No quería dejarla ahí
-Vine porque Maria me llamo…- dijo, deteniendo sus ganas de dejarla. Sin dudas que no había venido por ella.
- Gracias- trato de respirar profundo, ahogándose en el intento, tosiendo hasta el quejido.
-Tuve lo que merecía, ¿verdad?- le pregunto entre pícara y complaciente. Pedro no quiso contestar. Ella cerró los ojos y volvió a llenarse los pulmones de aire, consiguiendo suspirar sin toser esta vez.
Estiro la mano tratando de agarrar la de Pedro, quien viendo la intención, las alejo de la cama. Bajó la vista entristecida y dijo:
- Se que no merezco tu visita. Ahora comprendo lo que hice, pero se que es tarde…- ni aun teniendo ese sentimiento una sola lágrima surco su rostro. Pedro la sabia dura y mala. Pensó: “hasta el fin será así…”
- Descansá, no te hace bien hablar- le dijo, tratando de hacerla callar. A él no le hacía bien escucharla. Nunca le había hecho bien.
- Va a ser la última vez que me escuchas. Acércate por favor- le dijo su madre quedamente tratando de atraerlo hacia la cama. Con recelo Pedro separo su espalda del respaldo de la silla y se acercó a la cama. Ella lo miró a los ojos. Pedro, más que escucharla, comenzó a ver en su mirada sus intenciones.
-Se que no fui una buena madre. Que obligue a María a cosas malas- dentro suyo Pedro pensó “atroces”. Recordando la prostitución y los abortos que la dejaron estéril.
- Se que no me porte bien con nadie, ni los ayude en nada- Pedro pensó en las veces que debía pedir limosna para comprarle vino, si no quería una paliza que dejara sus piernas marcadas con oscuros cardenales.
-Se que no merezco tu perdón, pero te lo pido, para morirme en paz.
Pedro pensó: “hipócrita, ahora querés paz”. Recordó los días, meses y años de angustia que vivió a su lado.
Un nuevo acceso de tos la dobló en la cama. Se puso roja. Parecía no poder respirar bien. Entro María con un vaso de agua para su madre y una sonrisa para Pedro. La ayudo a incorporarse, y solicita, le dio el vaso de agua, sosteniéndolo para que no se le cayera. Cuando lo terminó, la miró con fastidio, le dijo:
-¡Andate!, quiero hablar con él- Pedro sabía que era inútil la queja. Siempre sería así, aun a un paso de la muerte. Su hermana era diez años más grande que él. Por eso nunca la había podido defender de su madre. Ella la culpaba de haber perdido su oportunidad por tenerla, por criarla. Otra mentira más para justificar su maldad.
Se puso de pie y ella le suplico
-Por favor, no te vayas-
-No voy a permitir que trates a María así, vine por ella…
Bajó la cabeza vencida. Volvió a rogar
-No te vayas, no le voy a gritar más-
Pedro se volvió a sentar y se juro que era la última vez que la vería.
Sus profundos ojos oscuros se clavaron en los de él
-Hijo, sos lo único que ame en mi vida, sos fruto de mi pasión y no se porque nunca pude hacerte feliz- dijo casi gimiendo. Pedro se sintió incómodo, pensando que su hermana a través de la delgada pared de madera, estaba escuchando esta confesión.
- Te pido que no me guardes rencor, que no va a ser bueno para vos, aunque no digas que me perdonás…
En ese momento Pedro recordó lo que había leído en algún libro, que ante la muerte algunas personas recapacitan sobre su vida. Le tomó la mano a su madre. Con sus labios casi pegados a su oído le dijo, lo más bajo posible:
-Sólo te perdonaría si llamás a María y le pedís perdón a ella. Le decís que la querés. Pero de verdad para que ella te lo crea- se separó bruscamente soltándole la mano.

A los diez minutos Pedro salía por la desvencijada chapa que hacía las veces de puerta.
Pensaba:

- “Por suerte es su último invierno”.





2 comments:

NUESTRO EQUIPO said...

Me has dejado pensando en la miseria humana, algunos no se dan cuenta cuanto salpican a los otros.

Un abrazo. Gran cuento.

Andrea

Ricardo Juan Benítez said...

Silvita, bienvenida. Este relato en particular tiene la esencia de lo mejor de las letras norteamericanas. Un aire a Salinger o al Carver minimalista, que con pequeños detalles relataba grandes historias. Un abrazo del alma.